Acabas de tener una idea genial, un misterio impactante, un personaje interesantísimo en una situación sorprendentemente atípica. Pero no sabes cómo resolverlo. No te preocupes en este artículo te voy a dar la fórmula mágica para abordar el problema. Lee atentamente.
En toda narración hay dos puntos clave: el despegue y el aterrizaje. Técnicamente se les llama detonante (o incidente inductor) y clímax. Para que la historia funcione esos dos puntos deben despertar a la par el máximo interés. Si trazamos una línea que representa la tensión en nuestro guion, esos dos puntos serían lo más alto de las montañitas de una “M”.
El inicio de la “M” sería la presentación del personaje en un determinado lugar. El despegue debe ser lo más vertical posible, que llegue enseguida, y cuanto más alejado del inicio mejor. Si el protagonista va a quedar atrapado en un atraco a un banco, es mejor que el se trate de una adolescente embarazada que de un policía de vacaciones.
Si ese despegue debe ser tan espectacular, el aterrizaje no puede ser menos. La “M” tiene que ser simétrica. Todo el viaje debe estar preparado para que ese aterrizaje no decepcione y esté a la altura de las expectativas. Entonces, ¿cómo debe trabajarse un enigma para llegar a un final satisfactorio?
El enigma se utiliza en los guiones de revelación, una modalidad que se ha convertido en tendencia en estos últimos años. Algo que no sabemos sucede o ha sucedido y no va a resolverse hasta el final.
Por lo tanto la respuesta a la pregunta anterior es sencilla: ni se puede ni se debe. Un enigma puede ser un detonante dentro del guion, pero nunca un punto de partida para el guionista. Se trata de un recurso narrativo que añade interés a la trama, pero no lo que verdaderamente se quiere contar. Si el guionista tiene una fijación con él, la trama sufrirá una codependencia que no la dejará avanzar hacia la resolución. El aterrizaje será forzoso y el espectador acabará decepcionado.
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