Nunca he sido fan de los cómics.
Marvel y
DC me sonaban a chino hasta que empezaron a invadirnos con sus montones de ruidos y lucecitas. Lo que había leído de niño era algún
Mortadelo y poco más. Así que, a estas alturas de la vida, resulta entre extremadamente difícil e imposible que pueda animarme a comprar alguno. Pero la cosa cambia cuando, a saber cómo, me encuentro con la versión ilustrada de una de mis películas de cabecera:
Alien, el octavo pasajero.